MADRID-MÁLAGA
Dormitaba en el asiento del
autocar que me llevaba a Málaga, cuando de pronto se encendieron las luces y el
conductor dijo por megafonía que hacíamos una parada de 15 minutos.
Me desperté y me alegré, porque
después de llevar tres horas de viaje metida en una nevera apetecía salir
al sol.
El autocar aparcó a unos 50 metros de una cafetería, era lo
que llaman un área de descanso y todos los viajeros fuimos bajando.
Nos dividimos en varios grupos, unos hacia la barra para pedir cafés y
bocadillos, otros algo más rápidos hacia los aseos, yo era de las del grupo de
los aseos, pero más tarde me uní al grupo de los cafés. Eso sí, mirando
continuamente el reloj, para que el autocar no se fuera sin mí.
Tomé mi café de dos sorbos, y como si estuviésemos compenetrados,
salimos todos en grupo por la puerta en busca de nuestro autocar.
Nuestros semblantes empezaron a cambiar, había miradas de unos a otros, manos
en la cabeza de duda ¿Dónde estaba? no lo veíamos por ninguna parte.
Lo que antes eran risas ahora era silencio, duda y preocupación.
El grupo se iba uniendo cada vez más, hablaban unos con otros !Eso no era
normal!
Algunos bromeaban, otros empezaban a inquietarse.
Un chico joven se erigió espontáneamente en líder y dijo que volviésemos a
entrar a la cafetería, porque quizás allí los camareros supieran algo.
Al girarnos vimos con estupor que la cafetería había cerrado, no se
veía a nadie, las puertas estaban completamente cerradas, algunos se asomaban por los
cristales con la esperanza de que aún hubiese alguien por allí, pero nada, no había
nadie.
Rápidamente pensamos que llamar a la compañía de autocares sería lo mejor
para preguntar qué ocurría y poner en su conocimiento, que un grupo de
unas cincuenta personas, estábamos abandonados en mitad de la nada.
Cincuenta móviles en mano y ninguno operativo, en esa zona no había
cobertura, era un paraje desangelado, sin árboles, lo que se suele llamar un
secarral de cientos de kilómetros.
Ahora sí que nos sentíamos perdidos.
Comencé a escuchar los llantos de unas niñas que viajaban con
su madre,
a ver las caras largas de unos y los tacos que algunos proferían.
La situación nos superaba.
El líder del grupo seguía en su función intentando dar ideas, pero no había
ninguna buena.
Calculamos que el siguiente pueblo estaría a más de 50 kilómetros y bajo un
sol de agosto, a las dos de la tarde, ir hasta allí andando, no era muy
recomendable.
A la sombra del pórtico de la cafetería, en el suelo, nos sentamos todos
con una sensación de derrota y abandono.
Como en una asamblea de indios Arapahoes, cada cual empezó a escuchar al
compañero, cada uno daba las ideas que se le ocurrían para resolver el
asunto.
En un gesto humanitario, quienes llevaban botellas de agua las pusieron en
el centro de la reunión para compartir con todos.
Los 38 grados y la tensión estaban haciendo que algunos se sintieran
mareados.
Comencé a ver a mis compañeros de viaje con otros ojos.
Había un grupo de chicos que por sus camisetas y complexión física parecían
de un equipo de rugby, también había varias parejas de diferentes edades,
algunos padres y madres con niños entre 8 y 12 años, también un grupo de
personas mayores que parecían disfrutar de buena salud, y yo, que viajaba sola
y que en esos momentos empezaba a sentirme angustiada.
El líder del grupo de los fornidos muchachos, propuso que unos cuantos de
ellos fuesen al pueblo más cercano a buscar ayuda mientras los demás nos
quedábamos esperando (no dijo lo de mujeres y niños primero, pero le faltó
poco).
Inmediatamente y casi sin dejarle acabar uno de sus compañeros le
interrumpió:
- Me parece que tú has visto muchas películas, yo no creo que eso sea
viable.
Evidentemente el compañero no tenía muchas ganas de aventurarse por los
caminos de Dios en esas condiciones climatologicas.
Nos encontrábamos en éstas, cuando todos escuchamos un sonido como si
fueran motores y miramos al unísono hacia la línea del horizonte.
Por allí aparecieron tres objetos metálicos de color amarillo, en un
principio creímos que eran tres tractores que se acercaban a nosotros
¡Estábamos salvados!
Empezamos a hacer planes pensando que algunos se podrían montar en el
tractor y llegar hasta el siguiente lugar civilizado para pedir ayuda.
Cuanto más se aproximaban sus siluetas parecían ser diferentes, quizás el
calor hacía que viéramos un espejismo.
Mirábamos incrédulos lo que parecían ser siluetas de robots, con las manos
en la frente a modo de visera mirábamos todos hacia ellos, no podíamos creer lo
que estábamos viendo, efectivamente ¡Eran robots!
En ese momento entramos en pánico, esa situación nos desbordaba por
completo. Estalló en un grito nuestro líder (que en verdad había visto
muchas películas): ¡Corramos!
Echamos a correr en dirección opuesta a las criaturas metálicas que se
aproximaban a nosotros.
Nos dividimos en grupos y nos escondimos como pudimos detrás de una loma en
la que había unos míseros matorrales, porque seguir corriendo era un absurdo,
ya que teníamos kilómetros de campo a través delante de nosotros.
¡Aquello no podía estar pasando!
Algunas madres tapaban las bocas de sus hijos en el intento de silenciar
algún quejido para evitar ser descubiertos.
Las máquinas amarillas comenzaron a emitir un sonido extraño, como de un
radar buscando.
No cabía la menor duda, venían a por nosotros.
Se acercaban cada vez más, los sentíamos cada vez más cerca, pero no nos
atrevíamos ni a levantar la cabeza para no ser descubiertos.
Estábamos aterrados, me pareció escuchar o al menos intuir las oraciones de algunos.
De pronto, el cielo se iluminó más aún y un fuerte estruendo vino desde el
horizonte.
Los robots se volvieron hacia donde provenía el sonido.
Aprovechando su despiste miramos hacia atrás buscando una salida y vimos un
pequeño montículo de tierra en el que había una entrada que parecía ser una
cueva.
Nos hicimos señas y cuando los robots parecían despistados corrimos hacia
la cueva.
Allí no solo estaríamos escondidos, lejos de la vista de los robots, sino
que también estaríamos resguardados del sol que parecía taladrar
nuestras cabezas.
Entramos uno a uno y para nuestra sorpresa lo que creíamos una cueva, se
había convertido en un túnel del que podíamos vislumbrar la luz del otro lado.
Despacio comenzamos a caminar por el interior dirigiéndonos hacia la luz,
que cada vez se hacía más grande.
Ya veíamos la salida y comenzamos a reír y a pensar que estábamos a salvo.
Al salir del túnel, cual vampiros, nos deslumbró la luz del sol, pero
pronto pudimos ver atónitos el paisaje.
Con gran asombro e incredulidad, observamos que allí estaba la cafetería,
el autocar y todo tal cual había comenzado.
Nos miramos sorprendidos, con las bocas abiertas, aunque con un suspiro de
alivio.
Se escuchó en ese momento por megafonía, que el autocar hacia Málaga estaba
a punto de partir y que los viajeros debían subir a ocupar de nuevo sus
asientos.
Todavía desorientados, así lo hicimos y el autocar comenzó de nuevo la
marcha.
Hablábamos en voz baja entre nosotros ¿Era real aquello que habíamos vivido
o había sido una fantasía colectiva de nuestra imaginación?
No hallábamos la respuesta, así que hicimos un pacto de silencio, lo que
acabábamos de vivir no se lo contaríamos jamás a nadie, porque estábamos
seguros de que nadie nos creería.
Sin ir más lejos, tú querido amigo que acabas de leer nuestra historia ¿Te
la has creído?
Myriam Caterina