Tengo una
casita en el bosque,
es mi
refugio,
el caparazón
donde guardo mis sueños,
donde las
tardes melancólicas del otoño
escucho a
los sauces llorar.
Enciendo la
chimenea
y me embeleso
con el fuego,
esa danza de
acordes acompasados,
que también
me habla.
Sujeto la
pluma entre mis dedos
y levanto la vista hacia arriba,
como si la
inspiración
fuese a
bajar del cielo,
y
curiosamente, suele bajar,
de sopetón,
a raudales,
y recorre un
camino
desde mi
cabeza hasta la pluma,
que inquieta
se desliza
suavemente sobre
el papel,
al ritmo de
la música de Chopín.
Un sorbo de
té
del lejano
Marruecos,
hierbabuena,
canela, suspiros…
y otro sorbo
de intuición,
que me
impulsa a mover
de nuevo la
mano
arrugando
fuertemente el papel,
donde
permanece por instantes,
minutos,
quizás horas…
Hasta caer
al fuego
que crepita
alborotado
agradeciendo
su presa,
y una
lágrima solidaria
que resbala
sin querer,
no es capaz
de detener
su voraz
apetito.
Vuelvo a mirar al cielo,
con la
certeza de que las cenizas
de aquellos
versos prohibidos,
quedarán
escritos,
para siempre
en las estrellas.
Myriam Caterina
No hay comentarios:
Publicar un comentario