Por suerte
conocí a mis dos abuelas,
pequeñitas
de tamaño y grandes de corazón,
diferentes
en carácter, en físico y educación.
De las dos
yo era, su nieta más pequeña,
las dos
sentían por las flores igualada pasión.
Las dos
hablaban conmigo,
me contaban
del mundo su versión.
Las dos me
recitaban sus poemas,
sus
canciones,
las
experiencias que la vida les dejó.
Nadie las
escuchaba…
una de ellas
siempre decía:
“Que malo es
el no oir,
que malo es
el no ver,
que malo es que
nadie quiera
escuchar lo
que una quiere decir”.
Tan solo
estaba yo,
oyendo
atenta sin cansarme
las
historias que todo el mundo olvidó.
Espero que
se sientan orgullosas,
las llevo
siempre conmigo,
dentro de mi
corazón.
Son mis
abuelas chiquitas,
las que me
dieron más amor.
Cuando sea
mayor,
yo quiero
ser como ellas,
quisiera ser
ciertamente,
Igual que
mis abuelas.
Myriam Cobos
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