En la
oscuridad escucho un sonido,
el latido inquieto
de mi corazón,
el fluir de
las arterias
a borbotones
haciendo su recorrido.
Escucho con
el alma
el sonido de la noche,
un vacío que
golpea mi cara.
La ceguera
de mis ojos
acude a la luz
ineludible del
ordenador,
fijando en
la pantalla la vista,
estoy atónita,
como una pobre
polilla
al final de
su destino,
escribo, sólo
escribo…
escribo, automáticamente,
versos
perdidos.
Myriam Cobos