Servando había ido
comprando terrenos en la luna desde hacía más de quince años, pequeñas
participaciones que registraban su propiedad en nuestro satélite.
Servando había sido
siempre un niño raro, un joven excéntrico y un adulto extraño, sus congéneres
le miraban como a un bicho raro, incluso solían guardar las distancias, por si
se les contagiaba algo de su locura.
Lo había pasado mal en
su adolescencia, le habían apartado y se había sentido muchas veces sólo.
Fue
en aquella época cuando tuvo la idea de comprar la luna.
Miraba cada noche en su
soledad al radiante satélite, aparte de escribirle algunas románticas poesías,
soñaba con llegar hasta ella.
- - ¿Qué habrá
allí? ¿Cómo será ver la Tierra desde arriba?
Estas y otras muchas
preguntas llenaban sus noches y sus días.
Servando era muy curioso
y no se conformaba con una simple respuesta, siempre quería llegar al fondo del
asunto.
Comenzó a rastrear en
Internet y descubrió que se podían comprar terrenos en la Luna, en pequeñas
porciones, poco a poco, en cómodos plazos.
Le pareció la idea más
fantástica que había leído nunca.
Él era un gran lector de novelas fantásticas,
de misterios y de ciencia ficción.
Contactó con la persona
que anunciaba la venta. Cada vez le parecía mejor hacer una inversión.
Con su sueldo de
informático eminente en una gran compañía fue pagando cada participación, era
su ilusión, era un ser antisocial y todo lo que ganaba lo ahorraba para su
sueño.
Pasó un tiempo y una
brutal pandemia empezó a azotar su país, todo el mundo quería salir de allí.
Servando organizó un
gran plan de marketing, incluso averiguó medios factibles para ir a la luna y
alquilar su espacio por unas cifras astronómicas.
Pasó dos días y dos
noches haciendo números, cálculos, conjeturas… ¡Su proyecto estaba listo!
Contrató los servicios
de una empresa de marketing para que anunciara su producto.
Comenzó a tener un
verdadero aluvión de llamadas y reservas.
Tan sólo en diez días
comenzaron los traslados a la Luna.
Los primeros viajeros en
llegar se sintieron muy emocionados, como si estuvieran viviendo en una
película.
Un vehículo extraño vino
a recogerles y les trasladó hasta una base central para desde allí repartirlos
a sus respectivas parcelas.
Les latía fuertemente el
corazón, todo era distinto, el cielo no era el cielo, la tierra no era la
tierra, los cascos con oxígeno que les habían proporcionado les comenzaban a
resultar un tanto incómodos.
Llegaron a su propiedad
y se quedaron totalmente asombrados.
Un paisaje parecido al
que conocían en la Tierra se mostraba ante sus ojos.
Sorprendidos comenzaron
a caminar y a acercarse a tan conocido escenario.
Árboles, plantas,
césped, montañas… ¡Todo parecía tan real!
Pero no, no lo era.
Era
una realidad virtual, un holograma que se había creado para que su adaptación
al nuevo hábitat, no fuera tan terriblemente difícil.
Myriam Cobos
Fotografía propiedad de Myriam Cobos
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