Abrazábamos nuestra piel como si no hubiera mañana,
sabiendo que el tiempo era implacable y
estábamos sentenciados a desaparecer…
Volaban mariposas, no en nuestros estómagos, sino que
aleteaban a nuestro alrededor
proporcionándonos una brisa leve que aliviaba el calor
sofocante que vivían nuestras almas…
Tembló la tierra abriendo surcos que nos engulleron, y
caímos estrepitosamente al vacío de la soledad…
Desplegamos nuestras alas hasta entonces invisibles,
elevándonos en puro torbellino hasta el monte de
la felicidad...
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