Cupido tembloroso,
tus manos ajadas
ya no aciertan en el blanco,
y las flechas oxidadas
hieren profundamente
los corazones solitarios.
Son tus dardos una agonía
que te deja sin voz,
que te hace recorrer noches de bruma
y desiertos interminables de calor.
No me visites más,
ni me hieras a traición,
guárdate tus flechas envenenadas
y vuela lejos de mi corazón.
Myriam Cobos
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