jueves, 5 de septiembre de 2019

RELATO MADRID-MÁLAGA

MADRID-MÁLAGA

Dormitaba en el asiento del autocar que me llevaba a Málaga, cuando de pronto se encendieron las luces y el conductor dijo por megafonía que hacíamos una parada de 15 minutos.
Me desperté y me alegré, porque después de llevar  tres horas de viaje metida en una nevera apetecía salir al sol. 

El autocar aparcó a unos 50 metros de una cafetería, era lo que llaman un área de descanso y todos los viajeros fuimos bajando. 
Nos dividimos en varios grupos, unos hacia la barra para pedir cafés y bocadillos, otros algo más rápidos hacia los aseos, yo era de las del grupo de los aseos, pero más tarde me uní al grupo de los cafés. Eso sí, mirando continuamente el reloj, para que el autocar no se fuera sin mí.

Tomé mi café de dos sorbos, y como si estuviésemos compenetrados, salimos todos en grupo por la puerta en busca de nuestro autocar.
Nuestros semblantes empezaron a cambiar, había miradas de unos a otros, manos en la cabeza de duda ¿Dónde estaba? no lo veíamos por ninguna parte.

Lo que antes eran risas ahora era silencio, duda y preocupación. 
El grupo se iba uniendo cada vez más, hablaban unos con otros !Eso no era normal!
Algunos bromeaban, otros empezaban a inquietarse.

Un chico joven se erigió espontáneamente en líder y dijo que volviésemos a entrar a la cafetería, porque quizás allí los camareros supieran algo.

Al  girarnos vimos con estupor que la cafetería había cerrado, no se veía a nadie, las puertas estaban completamente cerradas, algunos se asomaban por los cristales con la esperanza de que aún hubiese alguien por allí, pero nada, no había nadie.

Rápidamente pensamos que llamar a la compañía de autocares sería lo mejor para preguntar  qué ocurría y poner en su conocimiento, que un grupo de unas cincuenta personas, estábamos abandonados en mitad de la nada.

Cincuenta móviles en mano y ninguno operativo, en esa zona no había cobertura, era un paraje desangelado, sin árboles, lo que se suele llamar un secarral de cientos de kilómetros.
Ahora sí que nos sentíamos perdidos.

Comencé a escuchar los llantos de unas niñas que viajaban con su madre,
a ver las caras largas de unos y los tacos que algunos proferían.
La situación nos superaba.
El líder del grupo seguía en su función intentando dar ideas, pero no había ninguna buena. 

Calculamos que el siguiente pueblo estaría a más de 50 kilómetros y bajo un sol de agosto, a las dos de la tarde, ir hasta allí andando, no era muy recomendable.

A la sombra del pórtico de la cafetería, en el suelo, nos sentamos todos con una sensación de derrota y abandono.
Como en una asamblea de indios Arapahoes, cada cual empezó a escuchar al compañero, cada uno daba las ideas que se le ocurrían para resolver el asunto. 

En un gesto humanitario, quienes llevaban botellas de agua las pusieron en el centro de la reunión para compartir con todos.
Los 38 grados y la tensión estaban haciendo que algunos se sintieran mareados.

Comencé a ver a mis compañeros de viaje con otros ojos.
Había un grupo de chicos que por sus camisetas y complexión física parecían de un equipo de rugby, también había varias parejas de diferentes edades, algunos padres y madres con niños entre 8 y 12 años, también un grupo de personas mayores que parecían disfrutar de buena salud, y yo, que viajaba sola y que en esos momentos empezaba a sentirme angustiada.

El líder del grupo de los fornidos muchachos, propuso que unos cuantos de ellos fuesen al pueblo más cercano a buscar ayuda mientras los demás nos quedábamos esperando (no dijo lo de mujeres y niños primero, pero le faltó poco).

Inmediatamente y casi sin dejarle acabar uno de sus compañeros le interrumpió:
- Me parece que tú has visto muchas películas, yo no creo que eso sea viable.

Evidentemente el compañero no tenía muchas ganas de aventurarse por los caminos de Dios en esas condiciones climatologicas.

Nos encontrábamos en éstas, cuando todos escuchamos un sonido como si fueran motores y miramos al unísono hacia la línea del horizonte.

Por allí aparecieron tres objetos metálicos de color amarillo, en un principio creímos que eran tres tractores que se acercaban a nosotros ¡Estábamos salvados!

Empezamos a hacer planes pensando que algunos se podrían montar en el tractor y llegar hasta el siguiente lugar civilizado para pedir ayuda.

Cuanto más se aproximaban sus siluetas parecían ser diferentes, quizás el calor hacía que viéramos un espejismo.
Mirábamos incrédulos lo que parecían ser siluetas de robots, con las manos en la frente a modo de visera mirábamos todos hacia ellos, no podíamos creer lo que estábamos viendo, efectivamente ¡Eran robots!

En ese momento entramos en pánico, esa situación nos desbordaba por completo. Estalló en un grito nuestro líder (que en verdad había visto muchas películas): ¡Corramos!

Echamos a correr en dirección opuesta a las criaturas metálicas que se aproximaban a nosotros.

Nos dividimos en grupos y nos escondimos como pudimos detrás de una loma en la que había unos míseros matorrales, porque seguir corriendo era un absurdo, ya que teníamos kilómetros de campo a través delante de nosotros. 
¡Aquello no podía estar pasando!
Algunas madres tapaban las bocas de sus hijos en el intento de silenciar algún quejido para evitar ser descubiertos. 

Las máquinas amarillas comenzaron a emitir un sonido extraño, como de un radar buscando.
No cabía la menor duda, venían a por nosotros.
Se acercaban cada vez más, los sentíamos cada vez más cerca, pero no nos atrevíamos ni a levantar la cabeza para no ser descubiertos.
Estábamos aterrados, me pareció escuchar o al menos intuir las oraciones de algunos.

De pronto, el cielo se iluminó más aún y un fuerte estruendo vino desde el horizonte. 
Los robots se volvieron hacia donde provenía el sonido.
Aprovechando su despiste miramos hacia atrás buscando una salida y vimos un pequeño montículo de tierra en el que había una entrada que parecía ser una cueva.
Nos hicimos señas y cuando los robots parecían despistados corrimos hacia la cueva.

Allí no solo estaríamos escondidos, lejos de la vista de los robots, sino que también estaríamos resguardados del sol que parecía taladrar nuestras cabezas.

Entramos uno a uno y para nuestra sorpresa lo que creíamos una cueva, se había convertido en un túnel del que podíamos vislumbrar la luz del otro lado.

Despacio comenzamos a caminar por el interior dirigiéndonos hacia la luz, que cada vez se hacía más grande.
Ya veíamos la salida y comenzamos a reír y a pensar que estábamos a salvo.

Al salir del túnel, cual vampiros, nos deslumbró la luz del sol, pero pronto pudimos ver atónitos el paisaje.

Con gran asombro e incredulidad, observamos que allí estaba la cafetería, el autocar y todo tal cual había comenzado.

Nos miramos sorprendidos, con las bocas abiertas, aunque con un suspiro de alivio. 

Se escuchó en ese momento por megafonía, que el autocar hacia Málaga estaba a punto de partir y que los viajeros debían subir a ocupar de nuevo sus asientos.

Todavía desorientados, así lo hicimos y el autocar comenzó de nuevo la marcha.

Hablábamos en voz baja entre nosotros ¿Era real aquello que habíamos vivido o había sido una fantasía colectiva de nuestra imaginación?
No hallábamos la respuesta, así que hicimos un pacto de silencio, lo que acabábamos de vivir no se lo contaríamos jamás a nadie, porque estábamos seguros de que nadie nos creería. 

Sin ir más lejos, tú querido amigo que acabas de leer nuestra historia ¿Te la has creído?

Myriam Caterina





lunes, 2 de septiembre de 2019

MADRID EN AGOSTO

A los madrileños les gusta Madrid en agosto.
Sus calles desiertas, su silencio, tan solo perturbado por las verbenas.
Madrid se queda vacío.
Ahora no tanto, pero cuando era pequeña recuerdo que todos los comercios cerraban, las madres tenían que ir más lejos para hacer la compra y no podías comprar nada en el barrio que no fuese comida. 
Los vecinos salían con sus sillas al fresco, como en cualquier pueblo al uso, hasta las tantas, porque era agosto y nadie tenía que madrugar.
Ha pasado mucho tiempo, ya no cierran tantos comercios y las gentes ya no salen al fresco, prefieren refugiarse en casa con la tablet y el ventilador.
Pero Madrid, para los Madrileños, sigue teniendo un encanto especial en agosto, porque entre otras cosas, es el mes ideal para cualquier gestión burocrática, para ir al centro, para encontrar aparcamiento, para ir de compras y para pasear por el Retiro.
Madrid respira un poco mejor en agosto.
Myriam Caterina