He pasado frío, mucho
frío...
Te escribo desde las húmedas mazmorras de Varsovia, echándome vaho de mi boca
en los nudillos, para que no se entumezcan y pueda terminar de relatarte mi
historia, antes de que la parca me lleve.
Fui malo, muy malo, tremendamente malo, y lo peor de todo es que no me
arrepiento.
¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Coincidencias del destino?¿Casualidad, fatalidad,
castigo?
Ni siquiera lo sé. No me atrevo a juzgar porqué estoy aquí sólo, muriendo de
frío.
¡Odio el frío! Intento recordar las cálidas tardes junto a la chimenea en
aquella casita de Milán... ¿Te acuerdas?
Eso tampoco me reconforta, me hace llorar...pero mis lágrimas están calientes.
— ¡Alfredo, despierta!
— ¿Han venido ya los Reyes?
— Mira a ver si te han dejado algo.
Siempre temía que me dejasen un trozo de carbón, pero lo que de verdad temía
era que no se acordasen de mí, que pasasen de largo.
Corría hacia el comedor para llegar antes que mis hermanos y abrir todos los
regalos, creía que eran para quien antes los abría, mi madre me regañaba, yo
sonreía por dentro, les había ganado.
Siempre fui rápido, por eso he sido clave en esta operación secreta.
Tiemblo, no puedo seguir.
Después del caldo caliente que me traen cuando el sol entra por el ventanuco,
continuaré contándote, no te vayas, por favor, espérame… Escribo desde la
amargura y ese no es un buen lugar para escribir.
Ya he tomado el caldo
insípido, amargo, pero bien caliente.
Les pido siempre un
trozo de pan para acompañarlo y espesarlo un poco, no me entienden, no sé cómo
se dice en su maldito idioma. ¡Me desespero!
Jamás he pedido nada, no
soy de pedir, pero quiero terminar de contarte, resistiré solamente por ti.
Necesito fundir mis
lágrimas en el agua salada del mar. Necesito volver a ver tu rostro sonriente y
la casa de mi madre.
Tengo que confesar que
nunca me llevé bien con ella, pero en estos momentos daría todo por que me
abrazara de nuevo y me sirviera un caldo caliente de sopa de los que antes
odiaba.
Nos pillaron amor, nos
atraparon y nos encerraron aquí. Todo estaba bien planeado, teníamos todas las opciones
a nuestro favor, pero algo falló, y me debato día y noche pensando qué fue.
No he vuelto a ver a mis
compañeros, nos trajeron de noche y nos separaron. Esta es la mayor tortura,
mayor que cualquiera de las que me infringen cada día, el no saber dónde están,
si estarán vivos, si habrán hablado…aún estoy aquí, eso significa que no saben
nada.
Tengo que dejarte,
escucho las pisadas de mi carcelero, cien kilos de mole que me destroza los
huesos cada vez que me saca de la celda.
¡Ohhh no! Esta vez viene
acompañado, me temo lo peor.
Ha comenzado a golpearme
la cabeza, lo saben. Sólo veo tu rostro, me sonríes, espérame amor, no te vayas…
Myriam Caterina
Fotografía propiedad de Myriam Cobos