viernes, 24 de mayo de 2013

RELATO BREVE: BENDITA NOSTALGIA


Volvía a caminar por aquella calle, vacía, desierta... Illescas, creo que se llamaba, era una agradable y fresca mañana del mes de abril. Aún era temprano, solo se escuchaba el golpear de mis pasos en la acera...
la calle seguía teniendo el mismo encanto, que yo aún recordaba.

En mi cabeza, aún resonaba el griterío de los juegos infantiles: La rayuela, las chapas, la comba, tulipán; ¿Churro, media manga, manga entera?… ¡Cuántos recuerdos!...Añoranzas del ayer, que me visitaban a cada paso.
Podía escuchar, aún fresca en mis oídos, la letanía de nombres, que salían de las diversas ventanas y terrazas, aquellas tardes de verano, justo cuando comenzaba a oscurecer: -¡Felipeeeeee! ¡Antonioooooo! ¡Mariaaaaaaaa! ¡Carlitoooooooos!...

Cada madre parecía competir en gritos y volumen, como si de una gran ópera se tratase. Voces graves, agudas, roncas...batiéndose en encarnizado duelo de frecuencias, que a mí, me molestaba en exceso, pues cuando comenzaba a oírlas, sabía que pronto me tocaría a mí: -¡Jositooooo! (que así me llamaban en casa), se me clavaba en los oídos y hasta en el alma, me avergonzaba tanto que salía corriendo para llegar a casa lo antes posible, y que mi nombre, no se tuviera que repetir, más de una vez.

Mi madre…¡Qué mujer!…cuánto daría ahora por verla salir de nuevo por esa ventana y oírla vocear mi nombre… que me llamara otra vez, con esa voz que solo tienen las madres, y que siempre se llevan en el corazón, y me llevase otra vez de la mano, recorriendo el barrio, saludando a cada vecino, comprando en el mercado y encaminádome a la Iglesia los domingos, casi a rastras...

Ahora lo recuerdo con tanto cariño...no he vuelto a pisar la Iglesia desde entonces, ni ésta, ni ninguna otra…Cuando termine las gestiones en la oficina, iré a la calle Camarena, creo que así se llamaba, y entraré en la Iglesia de nuevo, rezaré alguna oración, de las que no recuerdo,  ya olvidadas, de las que ella con tanta paciencia, me enseñó, y que nunca debiera haber olvidado, para que mi madre, dónde quiera que esté, se sienta orgullosa y pueda verme aquí, de nuevo...

De pronto, unas voces, me hacen volver de mis ensimismados pensamientos, a la realidad: -¡El tapiceroooooo! ¡El tapiceroooooo! -Vocea sin parar.
Su furgoneta se pasea lentamente por la calle, anunciando con su estruendoso megáfono todos sus servicios:- ¡Tapizamos sillas, sillones, mecedoras, descalzadoras…! ¡El tapiceroooooo!

Lo que antaño me resultaba tan molesto, ahora me agradaba, era algo que recordaba y que no había cambiado en mi barrio, efectivamente, mi barrio, me había salido instintivo, desde el fondo del corazón, porque aunque yo, ya no vivía allí, seguía y seguiría siendo siempre, mi barrio.

Éste no había cambiado tanto, mantenía su esencia y su peculiar carisma, seguía allí, esperándome, para hacerme revivir todos aquellos momentos. 
Mi barrio, ese al que habían acudido gentes de todas partes: obreros, honrados trabajadores, que se dejaban la piel cada día para sacar a sus hijos adelante, y gentes sencillas, que sabían compartir, en el que todos éramos un poco familia, en lo bueno, y en lo malo, donde se agolpan los recuerdos, barrio de ropas tendidas al sol y noches de verano al fresco… ¡Este...éste era mi barrio!.

Myriam Cobos

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