viernes, 5 de julio de 2013

CUENTO: LA TEMPESTAD DE LOS SUEÑOS

Una tarde de otoño, en la que se preparaba una gran tormenta, Eloísa, que había cumplido ocho años, corrió hacia su abuelo asustada, con el ruido del primer trueno.

El abuelo, para intentar alejarla del miedo que le producía la tormenta, le dijo:
-"Ven aquí, siéntate, que te voy a contar un cuento".

La carita de la niña se iluminó y con curioso ademán, se sentó frente a su abuelo, el cual comenzó a relatar, mientras los truenos y los relámpagos, se hacían cada vez más fuertes:

Había una vez una familia, que vivía, en una gran mansión, al lado del mar y un día de otoño, se levantó inesperadamente una gran tempestad, era tan fuerte, que las olas del mar llegaban hasta la casa, y el agua se colaba por las rendijas de las puertas y golpeaba con furia las ventanas.

Rápidamente, el padre, movilizó a toda la familia, que era muy numerosa, cada uno debería ir cerrando apresuradamente ventanas y persianas, por todas las estancias.

Elena, una de las hijas, una joven callada, tímida, inteligente y sobre todo sensitiva, se ofreció velóz para subir a la tercera planta de la casa, sabía que allí...estaría él…

Subió deprisa las escaleras, de dos en dos, y llegó a la tercera planta, dedicada habitualmente a los invitados, pero casi nunca era ocupada.

Y allí estaba...tumbado en la cama, boca arriba, los los ojos abiertos, pensativo…

Elena sabía que sólo ella podía verle, y que únicamente se aparecía los días de tormenta.

Siempre había intentado hablar con él, era guapo, jóven,
atractivo…pero nunca le hablaba, sólo respondía con un gesto de cabeza, afirmando o negando, pero nunca se levantaba de la cama, y siempre seguía con su mirada lánguida, triste y melancólica.

Elena intentó cerrar el pestillo de una de las ventanas, pero éste se resistía, estaba muy gastado, y además el viento impedía cerrarla, hasta que pudo girarlo con fuerza y la cerró. 

Pero gracias a ello, se le ocurrió una idea, volvió a abrirla disimuladamente y se dirigió hacia el jóven fantasma, al que había puesto por nombre: "Ángel" por su aspecto angelical, y le pidió y le rogó que la ayudase, tanto y tanto lloró y pidió, que "Ángel" se levantó de su letargo, y juntando las manos los
dos, a un tiempo, la cerraron de golpe.

Elena, llena de emoción, se lanzó a besarle en la mejilla, cuando arrimó sus labios a su cara, sintió que era de carne y hueso, comprobando que al fin su ángel se había materializado, pero éste, lejos de sorprenderse, siguió en su ensimismamiento, disimulando, como si nada hubiera sucedido.

Hábilmente, Elena, le dirigió cogido de la mano, hacia un rincón de la habitación, donde había una estantería muy antigua, que según sus padres, ya estaba allí cuando llegaron a la casa y ella ni siquiera había nacido.

Tenía unos curiosos adornos, en especial uno que siempre llamaba la atención de Elena, y que nunca se atrevía a tocar.

Era una figura de porcelana blanca, que representaba el Taj mahal, por fin, la cogió entre sus manos y se la enseñó a Ángel, que permanecía sentado junto a ella. 

Ángel la cogió con sumo cuidado, y ante la sorpresa de Elena, la abrió:
¡Era una cajita!, y contenía unos pequeños muñequitos, que representaban a todos los miembros de la que había sido la familia de Ángel y éste, saliendo de su estado habitual, comenzó a relatarle la historia de aquél objeto...era triste, muy triste, aquella historia...

Ese adorno era un regalo de su madre, nunca le había querido, siempre le había tratado mal, tenía muy mal genio y Ángel era muy sensible, esa pequeña cajita,  fue lo único bonito que recibió de ella en toda su corta vida, por eso, cuando murió, se había quedado allí, junto a ese precioso objeto, para siempre.

Elena al escuchar la historia se conmovió, y besó de nuevo dulcemente a su Ángel en los labios, éste le devolvió el beso con más intensidad aún.

La tempestad había parado y comenzaba a salir el sol...y Ángel...al fin…partió hacia la eternidad.

El abuelo había terminado su relato y su nieta, 
Eloísa, inquieta e intrigada, preguntó con mucha impaciencia:
- Pero, ¿Por qué abuelo, por qué partió?
- Partió, querida nieta, porque el amor…el verdadero AMOR, nos hace libres.

Myriam Cobos


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