viernes, 4 de julio de 2014

ANÉCDOTA DE LA COMUNIÓN

Erase una vez una niña, bastante tímida, que a los ocho años, iba a hacer su Primera Comunión.  
Unos días antes,  en la catequesis, cuando estaban reunidos todos los niños con el cura, éste comenzó a asignar "papeles". Había que llevar las ofrendas, así que, comenzó a repartir.

La niña miraba para otro lado, pedía que no se fijara en ella, no quería que le tocase…ya estaban casi repartidas, quedaba la ofrenda más importante, el Pan y el Vino, que se ofrecería ante el altar en último lugar. La voz grave se dirigió hacia ella: "Tú, tu llevarás el cáliz y leerás la ofrenda", y sin más, le soltó el papel con el texto que tendría que leer. 


La niña quedó pálida, hubiese querido salir corriendo de allí…pero no podía negarse, era un honor que no podía rechazar, y no le quedó otra, que como tal, asumirlo.
Los días siguientes, entre preparativos, pruebas del vestido, la casa revolucionada… los familiares alborotados… la niña, solo tenía en la mente una cosa: Cómo saldría su ofrenda, si se le caería el caliz que llevaría vino, si se equivocaría con el texto... 


Repasaba constantemente ese pequeño texto que tendría que leer…hasta casi sabérselo de memoria...no dormía, no comía…las ojeras le llegaban hasta los pies…y lo peor, es que nadie parecía darse cuenta de lo importante que era para ella, tan solo se preocupaban del vestido, del peinado, de los zapatos, de los comensales...


El gran día llegó, era domingo, 28 de Mayo, la iglesia estaba abarrotada, más de treinta niños hacían la Comunión ese día…Comenzó la ceremonia. 

El padre de la niña no paraba de hacer fotos, con el carrete más grande que había encontrado, con su buenísima cámara alemana, aquella de la que siempre alardeaba diciendo, que hacía unas fotos maravillosas…   

Llegó el momento de las ofrendas. Una fila de niños y niñas avanzaba por el pasillo central hasta el altar, al pie del que se encontraba el sacerdote para recibirlas, y donde cada uno tenía que leer su parte.


La niña avanzaba con el Cáliz en una mano y el papel que tenía que leer en la otra, caminando despacio, intentando no derramar ni una sola gota, miraba en su interior con curiosidad, aquello era lo que le decían siempre que era la sangre de Cristo, ciertamente le pareció que brillaba más que un vino normal, pero también pudiera ser por el dorado brillante de la copa, y por eso pensó que debía llevarlo con sumo cuidado...

Llegó al altar…el niño compañero que portaba el pan, lo entregó y desapareció…y allí quedó ella…la última de la fila, ya todos se habían sentado en su lugar...sola…frente al altar…sintiendo la mirada de cientos de personas expectantes a su espalda…

Le acercaron un micrófono enorme y comenzó a leer…no veía las letras, no oía su propia voz, pero las palabras fluyeron solas de su boca, instintivamente, por inercia…


Volvió a su lugar después de pasar uno de los momentos más tensos de su infancia (y tuvo muchos), dio un gran suspiro, miró de reojo a sus padres  pidiendo su aprobación, encontrando en ellos una gran sonrisa…ya pudo disfrutar tranquila de aquel hermoso día.


A la mañana siguiente y con mucha ilusión, su padre llevó a revelar el carrete con aquella gran cantidad de fotos, pero…travesuras del destino, inexplicable casualidad o curiosa coincidencia…El carrete estaba completamente velado, y la única foto que se salvó, y que al pasar de los años, aún pervive…es la de aquel momento que os acabo de relatar…

Quien me iba a decir a mí, en aquellos momentos, que al cabo de muchos años, estaría disfrutando hablando ante un micrófono y que tendría hasta mi propio programa de radio...
La vida siempre me ha puesto retos para enfrentar mis propios miedos y yo siempre los he aceptado, porque no debemos cerrar puertas, pues no sabemos, si detrás de ellas, estará nuestro paraíso.
Myriam Cobos







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