Ella vino a buscarla aquella tarde de invierno, como le
había prometido hacía tiempo, permanecía silente a los pies de aquella cama,
envuelta en una luz dorada, con los ojos brillantes y una enorme sonrisa. Alzó
los brazos y le dijo con ternura: ¡Ven conmigo!
Graciela, sin salir de su asombro, con los ojos muy abiertos,
se incorporó de la cama, notó de repente cómo la agilidad había regresado a su
cuerpo, sentía las piernas, hasta ahora inmóviles por la enfermedad y sus muchos años, tenía ganas de bailar, de saltar, de cantar…no
dudó en avanzar alzando también sus brazos.
Ahora, podía hablar, y gritó con profunda emoción:
¡Cuánto te he echado de menos, mamá!
Myriam Cobos
Fotografía propiedad de Myriam Cobos
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